17 noviembre, 2006

Puisque rien de ce que j'ecris n'est vu

El diario, como instrumento biográfico, como espejo de un alguien, es una ingenuidad.
Un diario es un arma levantada contra su propio autor. Es precisamente cuando se escribe, cuando no hay nada que contar: se narra la nada, se narra cómo disfrazamos la nada.
De la misma forma, cuando no se escribe, cuando nada se dice, todo se oculta, y se oculta, por sobre todo, de uno mismo. Y en ese silencio está la injuria.
La soledad y el miedo son tales sólo en el silencio, se encarnan en él. Así se corrobora esa soledad, ese miedo. Es real.
Al escribir la hacemos inverosímil, la convertimos en un objeto de interés. No importa si alguien se encuentra interesado en leer o no. Nuestra intención es esa.
Se vuelve inverosímil para nosotros y sólo probable para los demás. Por lo general, aquel que sabe leer, también sabe dudar.

Uno de los momentos que más me obsesiona de esa larga noche que son los Diarios de Kafka es ese silencio abrupto que va desde Diciembre de 1922 a Junio de 1923.

La entrada que reanuda el diario - la entrada final- dice:




12 de junio. Estos últimos períodos, terribles, incontables, casi ininterrumpidos. Paseos, noches, días, incapaz para todo, excepto para el dolor.
Y sin embargo. No diré "y sin embargo" por muy grande que sea el temor y el ansia con que tú, Krizanowskaja, me mires en la tarjeta postal que tengo delante.
Cada vez me da más miedo escribir cosas. Es comprensible. Cada palabra, retorcida en manos de los espíritus -este impulso de la mano en su movimiento característico-, se convierte en una lanza dirigida contra el que habla. Y muy especialmente, una observación como ésta. Y así, hasta el infinito. El consuelo sería sólo: Ocurrirá, quieras o no. Y lo que tú quieres, te sirve de bien poco. Más que consuelo, sería esto: Tú también tienes armas.





Aquel que sepa darle un rostro a ese habrá conseguido también darle un rostro a la obra de Kafka.







*Puisque rien de ce que j'ecris n'est vu - Jean Cocteau, Art Poétique