21 julio, 2007

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Andar de santito es privilegio de pocos. Porque, tarde o temprano, la santidad duele. Calienta muelas. Todos con miradas de mula, cruzando cordilleras de espanto. Son los licores humeantes, la sangre, cómo huelen todas las prosas pacatas.
La verdadera venganza es la del hoy. La del jugador aguerrido multi-encomodinado. De reglas nos hicimos, y de reglas empezaremos a despistarlas. Tenemos tanta cobardía vana que nos habilita a morir sin un solo crujido. No más.

Hay senderos sin vergüenzas que no tienen lugar en imaginación alguna. Sobre todo cuando lo queremos todo rapidito y ordenadito. Y darle tres vueltas de llave.

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