La vida es de rebote.
¡INSENSATO! – le han gritado, y él, de rebote, se ha sacudido una a una las pulgas, acabado el cafecito de las cuatro y le dio con el empeine (debería decir “empeinó”) a una bolsa de basura aburrida, allá en la madrugada.
Pero como si no bastara con esto y como si existiese un rebote por cada suerte, la suma vana de las desgracias no llega tan fácil a su rebalse. Ni rebotar es venirse fuera de uno mismo, ni pasarse de largo, ni mucho menos no alcanzar a llenarse. El rebote, como cualquier otro fenómeno, es único y se empeña en ser lo que esa caspa anodina es en lo azul de nuestros sacos.
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